Cómo prosperó el poblado africano de Nkinta

     Nkinta

     A cuatro horas de Kimbondo donde se halla el hospital- orfanato hay un poblado donde el padre Hugo Ríos Díaz también ha tendido su apoyo. Hace dos días que me llevó allí,  aunque no es la primera vez que voy.

     En 2010, el padre Hugo fue galardonado con el Premio Internacional de La Paz, la Cultura y de la Solidaridad. El sacerdote pensó en cómo invertir el dinero que recibió por tal homenaje, de la mejor manera. Entonces soñó con un lugar. Y pensó en brindar su ayuda fuera de las puertas del orfanato. Llegar al África profunda. Por ello empezó a buscar un territorio similar al soñado. Y lo encontró. Promocionó a uno de sus trabajadores para que fuera el jefe del poblado y prometió prestar su mano para que este creciera próspero y sano. Así, mandó construir, con ayuda de algunas ONGs , un dispensario médico y una escuela, que respondieran a las necesidades de los lugareños.


     El día que me llevó, el 29 de diciembre de 2017, fue la inaguración del cableado eléctrico que proporcionará, entre otras cosas, luz a ambos establecimientos, así como la infraestructura de tuberías que permitan que haya agua. Todo ello fue posible gracias a la ONG italiana “Amici per il mondo” (amigos por el mundo), que con gran entusiasmo por mejorar la calidad de vida de los africanos, ha puesto su empeño personal y económico en que dispongan de tan necesarios recursos. Hace unos cinco años, no había más de treinta personas, comentó uno de los miembros, ahora se podían ver más de 200 niños que tienen acceso a una educación y una sanidad digna.


     Cuando llegamos a la escuela, cientos de niños salieron de sus aulas para saludar al padre al que tanto deben, y a sus acompañantes, entre los que me encontraba. Visitamos las diversas aulas, y contemplamos un recital que habían preparado para nosotros. El padre hizo una bendición del lugar y la ceremonia concluyó con la entrega de mochilas que unos donantes nos entregaron para los niños. No son niños huérfanos, no están abandonados, pero el padre igualmente les visita periódicamente y les lleva sacos de arroz. Se asegura de que su dispensario funciona, y también se interesa por la escuela y las necesidades de los alumnos. Lo importante para él es que prosperen, y poco a poco, lo están haciendo.

     El padre Hugo quiere que hable de esto al mundo. Porque él apuesta por llegar a todos. Ayudar a los de dentro, a “ sus hijos” y a los de fuera en la medida en la que le es posible. Conoce profundamente esta cultura, y la respeta, y la cuida todo lo que puede. Desea estar, no solo para los suyos, sino también para los que no son tan suyos. Y esto realmente le honra. Está calando fuerte en Kinshasa. Cuando tenemos problemas y nos piden el pasaporte, decimos que venimos de su parte, y nadie hace más preguntas. Es el padre de muchos de ellos.

     “Todo debe ser para los pobres” me dice. “Hay que vivir en la pobreza, pero no en la miseria”, apunta. “Porque si tengo demasiado, me pierdo, pero si vivo miserable, me vendo”. Y realmente esto puede resultar difícil de aplicar y entender a una persona que está acostumbrada a tenerlo todo y siempre querer más, como lo soy yo. Él se ha hecho un pobre con los pobres, y les ha llenado de la dignidad que como seres humanos poseen. Y esto me recuerda a la frase de San Agustín “ la medida del amor, es el amor sin medida”. Se hace realidad tal paráfrasis en esta persona. Si todo esto es obra de una persona apoyada en su Dios, si comenzamos todos a amar sin medida, ¿ cuánto puede mejorar el mundo? Hasta dónde podemos llegar si ponemos el amor lo primero de todo… 

     Es cuestión de planteárselo… y empezar por algo muy pequeño, seguido de otro detalle… hasta poder crear ese hábito que nos puede hacer libres… el hábito de amar sin medida.

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