Cuando el amor se contagia


    Cuando llegué a la Pediatría de Kimbondo, el padre me dijo que había un grupo de personitas a las que quería que les dedicase parte de mi tiempo. Son niños muy muy  especiales, con los que no he tardado en encariñarme. Tienen en común que todos  presentan alguna discapacidad que les impide moverse, y la mayoría tampoco pueden  hablar. Por ello son totalmente dependientes. En estos pequeños se personifica la frase  que decía Santa Teresa de Calcula “ da más el que menos tiene”, porque no tienen nada, ni siquiera autonomía para jugar, correr, cantar, o expresar su opinión, pero te lo dan todo. Y  entiendo por todo, aquello “esencial” que para Saint Exupery era invisible a los ojos. 

    A uno de ellos, Marco, ya lo conocéis, porque escribí sobre él en una entrada anterior.  Los once restantes también son dignos de un artículo, tal vez algún día lo escriba.

 “Mis amigos”, como yo les llamo, pasan la mayor parte del día en una cunita mirando el techo, aunque desde hace unos meses está viniendo una monjita, la hermana Anna, que se encarga de que pasen la mañana en la sala de juegos con los demás niños. Yo, los cojo  uno a uno y los paseo en su sillita de ruedas por toda la pediatría. Les encanta, y si cantamos canciones mientras recorremos Mamma Koko, todavía sonríen más. Sólo el verme llegar y saber que van a salir, les hace emocionarse muchísimo. 
 Los demás niños de la Neo, en cuanto me ven con las sillitas, se quieren apuntar al
paseo. Hay veces, que no pueden venir todos, porque son demasiados, de todas formas lo
llamativo es que quieran venir. 

   Sin embargo algo más ha ido cambiando. Los niños de la Foyer (la casita donde viven  cerca de 50 niños de 6 a 12 años), también quieren formar parte de la iniciativa. He tenido  que hacer varios turnos, porque todos quieren ser los que lleven la sillita. Por supuesto, la cara de felicidad de Marco y sus amigos es indescriptible cuando los llevan. 
 Más no todo queda ahí. En más de cuatro meses que llevo aquí, ningún adolescente se había ofrecido a pasear a “mis amigos”…. Pero hace dos días, uno quiso acompáñame. Y  después de él, otro siguió su ejemplo. Me hace reflexionar el orden en el que se han ido  animando a servir a mis amigos, de más pequeños a más mayores. Los más jóvenes han  ido contagiando a los que les ganan en edad. Ha vencido la inocencia. Y los demás han  sabido aprender de ello. ¿Qué tendrán estos paseos con niños tan sencillos y alegres, que  todos los demás quieren formar parte? Simplemente que el amor se contagia, al igual que la sonrisa. Y eso lo vemos todos, desde el más chico hasta el más grande. De nuevo cito a  Santa Teresa de Calcuta “Pon amor donde no hay amor, y sacarás amor.” Toma la iniciativa y muchos te seguirán. No te estanques, no esperes que los demás sean los que empiecen a hacer algo por ti. Comienza amando tú, y ya verás qué pasa. 

    M.M


Comentarios

  1. Tus iniciativas no tienen límites, porque el amor no tiene límites. Gracias por tu pedagogía práctica!

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  2. Muchísimas gracias Pablo Varela. La primera que recibe amor soy yo. Ellos tienen tanto amor que dar 😊

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  3. Muy inspirador el relato como todos los anteriores. Nos mantienes al día de pequeñas historias que dan luz a nuestro día a día. Muchas gracias por mandarnos esos latidos del corazón del Congo.

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